Participo en varios grupos de debates y comentarios en Linkedin. En uno de ellos, del ámbito de profesionales de las ventas y del mundo comercial, uno de los miembros planteó un debate sobre si la imagen física de un vendedor es determinante.
He podido leer un montón de comentarios interesantes. Yo, por mi condición de profesional de la comunicación, y desde mi experiencia en la formación de miles de profesionales en los últimos veinte años, he dejado un comentario que me permito extender aquí, en mi blog, porque es un tema que abordo en mis cursos de «Hablar en público y comunicar con eficacia»..
La primera impresión, referida al aspecto físico de un vendedor, en efecto, es muy importante porque envía determinados mensajes, positivos o negativos; pero todos tenemos experiencias de personas con muy buena imagen personal que, en cuanto empiezan a hablar… la fastidian y la opinión sobre ellos cambia. Y, por el contrario, personas con muy mal aspecto, con muy mala imagen, nos conquistan y nos parecen encantadoras en cuanto abren la boca para decir cualquier cosa. Como dice un autor francés, Paul Jagot: «Por muy contrahecho que sea un individuo, puede ser buscado, querido, admirado, por sólo lo agradable de sus razonamientos, si cultiva su voz, su manera de articular las palabras, su vocabulario y su ingenio».
En mi opinión, por tanto, un vendedor debe cuidar su apariencia física, lo que significa que debe ser agradable, armoniosa, adecuada al ambiente en el que se desenvuelve y, siempre con sencillez; pero, esa apariencia debe estar respaldada, sobre todo, por su forma de comunicarse con los demás.
En mis cursos de oratoria, en los que enseño a profesionales de todo tipo (entre ellos a vendedores y empresarios) a comunicarse con eficacia, cuando les hablo de este tema siempre pongo por ejemplo al famoso Mago Tamariz, un tipo feo de verdad, pero encantador y un gran profesional de la magia, que cae bien a todo el mundo. Cuando menciono su nombre, todo el mundo sonríe, demostrando su aproximación afectiva a ese personaje tan entrañable por su profesionalidad, por su sencillez y por el cariño con el que trata a los demás. Tomemos nota.
En cambio, conozco el caso que me contó un amigo, que esperaba mesa en un restaurante junto a su mujer y otras parejas. Entró una chica guapísima, maravillosa, que llamó la atención de todos, incluidas las señoras: preciosa, joven, atractiva, bien vestida… pero que hizo desvanecer ese primer golpe de admiración en cuanto se aproximó a la mesa donde le esperaba un grupo de jóvenes y dijo con una voz totalmente vulgar y ordinaria, casi gritando: «¡A mí al lado de estos tragones no me pongáis, que el otro día no me dejaron comer!».
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