Estos días de inicio del año 2022 ha habido un verdadero tsunami de mensajes con buenos deseos de felicidad. Y esa felicidad, claro, se centra en tener suerte, en tener dinero, en tener éxito, salud, amor…
Todo eso está muy bien. Desear cosas buenas es algo positivo. Regalar buenos deseos es gratis. Esta cuenta corriente la tenemos con un saldo inmenso, casi infinito. Podemos derrochar sin límite.
Lanzamos nuestros mensajes por WhatsApp o por correo electrónico o a las redes sociales y ¡ala, a ver quién es más generoso!
Pero me da la sensación de que esos buenos deseos los lanzamos como si fueran confeti, a manos llenas y sin darle auténtico valor a lo que decimos y, sobre todo, sin destino específico hacia la persona a la que se lo deseamos.
Hasta hace unos años, no tantos, enviar esos deseos de felicidad era una labor casi artesanal, delicada y laboriosa. Se escribía a mano en un tarjetón un mensaje personalizado, se metía en un sobre, se le ponía un sello y se echaba al buzón de correos.
Pero, claro, eso corresponde al pasado. Hoy los deseos de felicidad circulan nerviosos, con prisas, a bordo de códigos digitales con la velocidad de la luz.
Ya digo: confeti que derrochamos porque ni cuesta dinero ni cuesta tiempo ni cuesta esfuerzo.
Y me pregunto si valoramos esos regalos que no cuestan dinero, ni tiempo, ni esfuerzo.
RESILIENCIA Y PROACTIVIDAD
Además, estos días de vorágine felicitadora me he preguntado también por qué no nos deseamos algo que considero tan importante como la felicidad, la suerte, el dinero, el éxito, la salud y el amor.
Creo que, a quien queramos de verdad, a quien deseemos que alcance la felicidad, deberíamos desearle entereza, fortaleza de ánimo, para que sea capaz de sobrellevar los reveses que le traiga el año.
Porque estos trescientos sesenta y cinco días no pueden ser, no serán, todos de color rosa. Por eso es vital que tengamos el ánimo templado para poder mantener la calma y la serenidad frente a los disgustos y las desgracias que puedan llegar. Es a lo que los psicólogos llaman “resiliencia”, palabra que se puso de moda con el inicio de la pandemia pero que yo llevo enseñando desde hace años a mis alumnos de hablar en público.
Ser resilientes significa esforzarnos por mantenernos en pie y seguir andando aunque los vientos de las desgracias se empeñen en tumbarnos. Tendremos que hacer más esfuerzo, nos costará, dolerá, pero podemos seguir caminando de frente al viento incluso huracanado, sin dejarnos doblegar por el desánimo, la sensación de impotencia o la desesperanza.
Y también deberíamos desearnos unos a otros, más que “suerte” acierto en nuestra toma de decisiones. La suerte es algo aleatorio por definición; puede aparecer o no.
Dejar que las cosas sucedan gestionadas por la suerte es propio de personas reactivas, que no toman de verdad las riendas de sus vidas. No toman decisiones frente a las dificultades ni en momentos complicados. Se quedan quietos esperando a que escampe.
El acierto en nuestras decisiones requiere una buena dosis de análisis, reflexión, ponderación, valoración y cálculo de consecuencias. Y, tras eso, tomamos decisiones para intentar que las cosas sucedan de la forma en que queremos que sucedan. A esta actitud positiva se la conoce como proactividad.
En este año que comienza yo deseo a todos que tengan entereza frente a las adversidades y que sean proactivos para atreverse a tomar decisiones ponderadas.
Desde luego, se lo deseo siempre a todos mis alumnos de oratoria a lo largo del año porque para hablar en público las buenas actitudes son imprescindibles para transformar el miedo y la inseguridad en autoconfianza y firmeza.
De esa forma, las ideas fluyen y las palabras salen con naturalidad por la boca camino de las mentes de quienes escuchan. Así se produce la comunicación oral humana.
Paco Grau
Periodista. Profesor de Oratoria y Comunicación.
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Muy buena ponderación. Yo he pensado varias veces lo mismo respecto a las felicitaciones electrónicas… aunque de todos modos alegran y recuerdan.
Pero es bueno que hayas aclarado puntos importantes.
Gracias.